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Anastasia, el musical: El eterno recuerdo familiar

Un viaje por la Historia. Un reflejo de cómo el período de guerras, entreguerras y revoluciones marcó sociedades, familias e individuos. A caballo entre la Revolución Rusa, fruto de las derrotas en la Primera Guerra Mundial y el abuso de los zares, y el período de entreguerras con la falsa y breve felicidad del Charlestone, Anastasia se embarca en un viaje para recuperar la memoria. Un recuerdo que nace de una farsa y poco a poco va encontrando la verdad a través del amor y los valores familiares. 



Rusia, 1917. El pueblo, auspiciado por un puñado de intelectuales que quieren todo para todos, determina la caída de los zares. Para fortuna de Anastasia, quién se había criado entre las pompas de la nobleza y aristocracia rusas y en un feliz entorno familiar e imperial, los revolucionarios toman el Palacio y ella se separa en el momento justo para esquivar el asesinato. Paga un precio muy alto; pierde la memoria. Años después, y tras multitud de trabajos a cuál más duro y con menor recompensa, llega a la antigua San Petersburgo -ahora Leningrado- donde conoce a Dimitri y a Vlad, dos rusos más engañados por las promesas bolcheviques de que el pueblo recibiría todo lo que han estado reteniendo los zares. Hartos de que su patria les haya fallado antes y ahora, deciden tejer una farsa alimentada por los rumores de que hubo un miembro de la familia imperial, la propia Anastasia, que no murió en la toma del palacio. Así los tres se conocen y se embarcan en un viaje a París para propiciar el reencuentro de la supuesta princesa desaparecida y el último miembro de la familia de los Romanov, la emperatriz viuda. Sin duda un guión que atrapa en su sinopsis y un musical cuyo desarrollo, dinámico y con el descanso de 25 minutos en el momento justo, sabe alternar los momentos cómicos con los dramáticos, todos ellos con una fuerte y respetable carga histórica.

La introducción del personaje de Gleb, además, es tremendamente acertada pues añade la visión bolchevique y revolucionaria de los acontecimientos, cómo los que luchaban por la caída de los zares en favor del pueblo comprueban el engaño al que fueron sometidos desde el minuto uno pero también la dificultad de salirse del guión establecido, de las órdenes. La calidad del sonido, además, es increíble y no hablamos de los actores, que también y ahora iremos con ellos, sino de la orquesta, los efectos y las voces y el excelente equilibro de volumen entre ellos. Demasiadas veces ya nos hemos topado con musicales donde la melodía devora al actor o viceversa. Pero si el campo del audio está cuidado, el visual es para hacer una reverencia digna de palacio. La apuesta por los grafismos e imágenes en 3D y con perspectiva en primera persona sumergen constantemente al espectador en todos y cada uno de las localizaciones, sirviendo también de estupenda compañía para los momentos de acción y también a los de exquisita ternura.

Con todo, sólo un mal reparto podría empeorar una obra sublime. Pero Jana Gómez y su Anastasia de extraordinaria voz y amplísimo registro; Íñigo Etayo y una calidad interpretativa y musical difícilmente conjugable en otros actores; el Gleb de Carlos Salgado o el Vlad de Javier Navares (también interpretado por José Navar) rematan un musical para el recuerdo y que, estamos seguros, en absoluto palidece ante el original de Broadway. Olvidarse de Angels Jiménez y Silvia Luchetti sería un error tan grande como perderse este musical, así que ensalzamos sus respectivas interpretaciones de Emperatriz Viuda y Condesa Lily.

Sin querer que la obra finalizase, cierto es que la conclusión nos terminó de conquistar. Sin destripes, claro, os diremos que San Petersburgo puede llamarse Leningrado o Stalingrado, el país Rusia o Francia pero la familia... la familia es invariable y eterna. Y no hace falta ser Anastasia para olvidarlo, pues es algo creciente y común en nuestros días, así que, hagamos como ella, y trabajemos por mantenerla presente siempre. Es lo que queda al final del camino.

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- Toda la información en https://www.anastasiamusical.es/

Jesús Clemente Rubio