Soul nos habló del amor por la música, Luca puso en primer plano la amistad y Encanto llega para ensalzar la familia, ese conjunto de personas que nunca nos son desconocidas porque compartimos con ellas lazos desde el primer día. Si bien mantener el doblaje latinoamericano y el desarrollo, en este caso en Colombia, de un pueblo americano con cultura hispana recuerda bastante a Coco, Encanto olvida princesas y villanos para centrarse en la historia de la familia de Los Madrigal, una familia tan diferente... y parecida a las demás. Fue bueno verla, pero un lujo disfrutarla en la sala 1 de El Palacio de la Prensa, que conserva ese rasgo añejo que nos recuerda la época dorada de las salas de cine.
Si no estuviéramos aún en época pandémica, seguramente alguna acción habrían madurado desde El Palacio de la Prensa para darle una vuelta de tuerca a la puesta de largo de Encanto. El color, el trasfondo familiar, la cultura hispana... son elementos suficientes para vestir uno de los eventos a los que nos tienen acostumbrados. Volviendo a la película, es Mirabel la única de Los Madrigal que carece de don alguno, señalada por casi toda la familia por ello y que, sin embargo, parece desde los primeros minutos el pegamento de la misma. Porque más allá de las perfectas flores de la perfecta Isabela o la sobrehumana fuerza de Luisa, amén del oído de Dolores, Mirabel no tiene ningún rasgo destacable. Lo que podría poner en peligro "el milagro" -una suerte de vela- con el que comenzaron familia y casa a gestar su magia y dones.
Incorformista y siempre velando por la familia, Mirabel descubrirá la verdad que esconden las paredes -y grietas- del hogar de Los Madrigal y, por el camino, también topará con su don o rasgo distintivo que, sin duda, es tanto o más poderoso que el de sus familiares.
Con una balada de Sebastián Yatra sonando en el momento justo para encogerte un poquito el corazón y Carlos Vives agrandándote el alma con el tema principal, el apartado sonora mejora notablemente una película cuya premisa, moraleja y conclusión son soberbios pero que en el desarrollo echa en falta ese villano que apriete clavijas a los protagonistas y acusa cierto exceso de pesadumbre. Eso sí, y hay que insistir, la culminación deja un excelente sabor de boca y te hará perdonar toda discrepancia anterior.
Y cuando salgas bailando a ritmo de cumbia y ballenato, recuerda donde estás: en pleno Madrid y con toda una jornada de Navidad y actividades por delante. Es lo bueno de la ubicación del Palacio de la Prensa, que te permite descargar casi en el acto la adrenalina y emociones acumuladas en la película.
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Jesús Clemente Rubio