Nos gusta lo nuestro. Excepto en lo económico -ánimo, llegarán tiempos mejores-, tenemos uno de los países más ricos. Historia, cultura, entretenimiento... España sobresale en multitud de campos y, por supuesto, también en el gastronómico. Con platos comunes a todo el territorio nacional, otros con origen en alguna región pero compartido o interpretado por otras y alguno específico de cierta zona. Pero es indudable su calidad y variedad. Por eso cuando topamos con La Giralda, un rincón andaluz en zona noble de Madrid y nos adentramos en una de esas cartas de siempre con marcado acento del sur del país, la sonrisa nostálgica asoma. Cuando avisamos para realizar la comanda y el camarero nos atiende con una fórmula híbrida perfecta entre pregunta y asesoramiento, la satisfacción nos invade. Y cuando con pasmosa rapidez tenemos frente a nosotros un plato que responde a nuestra expectativa en sabor y la supera en cantidad, nace un vínculo. Vínculo a la tradición, a la cantidad y la calidad, al exquisito servicio... vínculo a La Giralda. Un restaurante que nos recuerda que el verdadero patriotismo pasa por la defensa de estas cosas. Nuestra cultura, nuestra tradición y nuestra mesa.
Seguramente no hayamos descubierto nada a muchos. Lo digo a tenor de sus dos salones atestados y el volumen de personas que aguardaba fuera poder tomar algo en las mesas que rodean a la barra de la entrada. Allí no parecían impacientarse demasiado ya que tenían con qué matar el tiempo: una estupenda recopilación de los avatares que vivió Carmelo, propietario, en los ruedos cuando compaginaba el enfrentarse a toros y fogones. El aroma taurino impregna un local aderezado con toques clásicos españoles y andaluces, estos últimos también muy presentes en la carta.
Por eso comenzamos, y ya nos metemos en materia, con una tortillita de camarón tras la cual podíamos esconder el rostro, por tamaño, y presumir ante el comensal al que invitemos, por sabor. Unas croquetas completarían los entrantes, destacando las de langostino y la suave salsa que las acompaña. En el capítulo de principales, amén de media fritura de pescado para compartir (una completa, calculamos, dejaría más que satisfechas a tres personas) nos detuvimos en el apartado de arroces. Todos apetecibles.
Pero vayamos por partes. La bandeja de pescaíto proponía pescadillas, cazón, boquerones y calamares suficientes para apagar hasta el antojo más exagerado. Claro que uno nunca se cansa de "las pipas del pescado", como me gusta llamar a los boquerones, que siempre piden coger el último y, una vez aterriza en el paladar, cambian su etiqueta por el penúltimo. Respecto a los arroces, el nuestro fue uno de almejas y gambas y todo en él nos encandiló: el color y aspecto, el sabor suave y ligero, la extraordinaria cantidad y, una vez más hemos de insistir, la rapidez. En La Giralda TODO se prepara al momento, y uno arroz requiere tiempo... algún secreto tienen Carmelo y compañía para convencer al grano de que esté listo antes que en cualquier otro restaurante. O quizá estábamos ensimismados con la fritura y las tortillitas de camarón y no fuimos conscientes del paso del tiempo...
Tiempo es el que dedicamos también a disfrutar de los postres. Incluso una sencilla bola de helado con barquillo aquí es más apetecible por presentación y presencia. Pero si queremos algo contundente, no os guieis por su nombre, hay que apostar por la fina tarta de manzana. Que es fina, es tarta y es de manzana, pero olvidan decir que prácticamente es una suerte de compota bien cargadita. Y a la vez, nada pesada y del todo satisfactoria. Un perfecto resumen a la experiencia que es cada plato en La Giralda. La cocina y el servicio de siempre... que siempre fue mejor.
Más información en https://restauranteslagiralda.com/
Jesús Clemente Rubio