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Conspiranoia, póker interpretativo y terraplanismo en el Alcázar

 


Con un escenario fijo para una hora y 10 minutos y cuatro actores cabría pensar que resulta complicado hacer una obra decente y que satisfaga el hambre teatral del público. Pero cuando ese escenario está lleno de talento interpretativo, cuando hablamos de veteranos que devoran desde el primer minuto cada línea y atrapan al espectador incluso con un tema de fondo algo manido -lo que cada uno escondemos y guardamos a nuestros amigos, tanto nuestro como de ellos- , la obra nos resulta extraordinaria. Insistimos, no esperéis la mayor originalidad en un guion que sin embargo encuentra un gran punto de partida para después desarrollar de manera muy dinámica los acontecimientos. No vayáis al Teatro Alcázar en busca de la mayor variedad de decorados, vestuario y otros elementos de atrezzo y ambientación. Y, sin embargo, acudid sin dudarlo a Conspiranoia. Porque allí cuatro actores conspiran y conjuran de miércoles a domingo para demostrarnos, una vez más, el desmesurado talento que tenemos en las tablas madrileñas y españolas. Cada uno es una razón para ir a ver la obra y recomendarla. 

Es brillante en televisión, pero extraordinaria en teatro. Cada vez que vemos algo de Natalia Millán salimos con idénticas opiniones: qué actriz, en un estado de forma impecable en todos los sentidos, tan cercana a cada uno, una combinación exquisita de dulzura y fuerza sobre el escenario. Desde Cabaret hasta este Conspiranoia la hemos seguido y nunca hemos salido apáticos de sus obras, siempre sorprendidos por darnos un poco más que en la anterior. Es pasión pura por su profesión y así se lo transmite al espectador, incluso siendo terraplanista, que es de lo que trata la obra. Una mujer que se hace terraplanista para desgracia de su marido, Luis Merlo, quién le prepara una intervención con dos de sus mejores amigos. Sí, el guion es sencillo y sí, quizá visitará derroteros ya conocidos como que la intervención bien la necesitaríamos todos por nuestras taras y, de paso, nos vendría bien una buena sesión de sinceridad para con nuestros amigos. Y sin embargo, dirección y guion saben darse y darnos la mano para guiarnos -y hacer que nos queramos dejar guiar- por la siguiente línea, el siguiente giro en busca de las reacciones que tendríamos cada uno en esa situación. Imposible no verse, pese a la hiperbólica situación, reflejado en alguno de los personajes.

Hablábamos de Merlo que, al igual que Millán, saben cargar con el peso de la obra sin eclipsar al resto, al contrario: la carcajada deja paso al silencio expectante por la respuesta o la pregunta que formule a continuación su personaje. Bien marcados los ritmos y los tonos para el humor y el drama. 

Dicho lo cual, Juanan Lumbreras es quizá la gran sorpresa de la obra no por menos conocido, ni por que uno no esperase semejante puesta en escena, pero sí por un torrente de emociones dadas por el personaje y que canaliza en cada minuto el actor con una facilidad pasmosa. Resulta gracioso e ingenuo, mordaz e irónico, iluso e ilusionante... una suerte de agrupación del resto de espectros y personajes. Clara Sanchis tiene la siempre difícil papeleta de ese personaje que irá de menos a más en presencia comenzando desde una contenida interacción, guardándose dentro la procesión, para destaparse en una plausible catarsis final. Esconde a todos y se engaña a sí misma y hay que saber navegar desde ese registro hasta el de exteriorizarlo todo en apenas unos instantes. Vaya que si lo logra.

En definitiva, un lujo ver de cerca a cuatro actores que probablemente levantarían hasta el texto más soporífero y que aquí, topando con un guion rápido y sin caspa y una dirección igualmente ágil nos recuerdan los beneficios de ir al teatro. Y si se lo proponen, hasta nos convencen de que la Tierra no difiere mucho de una pizza.

Más información en https://gruposmedia.com/cartelera/conspiranoia/

Jesús Clemente Rubio