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El secreto mejor guardado de Lola era Storyland

Una de las calles más castizas de Madrid. Un armario atestado y mágico en el que cuando parece que nada más cabe aparece un coqueto restaurante mucho más minimalista y despejado que su hermano original y con apenas variaciones entre cartas. Al fin y al cabo, lo que funciona no se toca. Un servicio rápido, una obligatoriedad de reservar en días clave y con mucho tiempo si se pretende tener el honor de sentarte en una de sus mesas con, por ejemplo, las Bella y Bestia como testigos. Así comienza un cuento sobre un restaurante, o un restaurante de cuento. El secreto mejor guardado de Lola era Storyland, un festín entre príncipes y princesas.

Sentados y pegados a una pared que recorre con vitrinas la historia de Bella y Bestia, observamos el resto de mesas. Una central, con espacio para unos 6 ó 7 comensales, es la carroza de Cenicienta. Así, en mitad del local, coronada por los ratoncitos que ayudan a nuestra querida princesa y con el universo de otro ratón, Ratatouille, a sus espaldas. Un cuento de hadas en el que estamos inmersos y cuya comida no nos saca ni mucho menos de la fantasía, gracias a una vajilla que va desde el dragón de Mulán exhalando humo hasta Simba o las cabezas de villanas y princesas como recipiente de los cócteles.



Empecemos por ellos. Como ocurriera en Los Secretos de Lola, todos tienen su opción sin alcohol que, claro, arrebata enteros al cóctel pero aún así disfrutamos y mucho la limonada de Bella o el combinado a base de manzana y arándanos de Blancanieves y la Bruja Malvada, media cara de cada una uniéndose en un recipiente que daba algo de impresión.

El capítulo de entrantes vuelve a ser protagonista con unas gyozas de marcado y buen sabor a gamba, una corona de Nachos espectacular por cantidad, suave crema de queso y excelente mezcla con guacamole y resto de ingredientes -nosotros quitamos los jalapeños y, con ellos, el picante- y quisimos rematar con un huevo que dentro albergaba, pues eso, huevos rotos con jamón. Un plato tan sencillo como delicioso e imprescindible. Culminamos con una provoleta demasiado aceitosa para mi gusto y que enseguida pierde la textura ideal en este tipo de platos, así que si la pides mejor darte prisa en comerla.




En el capítulo de principales optamos por un entrante también, el tomate -que sabe a tomate- con ventresca, de nuevo una ración plausible y sabrosa; los espaguettis de La Dama y el Vagabunado, que brillan más por el emplatado y ganan gracia con las albóndigas pero, realmente, lucen y saben como el clásico plato de pasta de menús infantiles; y la cangreburger venida directamente desde el fondo del mar. No apto para todos los paladares pero ideal para el que guste de sabores contundentes.



Cerramos con dos platos espectaculares en lo visual y más que aceptables en sabor: el Ding Dong con Nutella y dulce de leche y, en éste la estética es maravillosa, el brazo de la Bruja Malvada convertida en anciana extendiéndote la manzana encantada, con cobertura de cholocate rojo e interior de crema de Kinder. 

Así culminó un capítulo más de magia y fantasía, la que es inherente a Disney. Mundo al que el Grupo Ohana sabe sacar el máximo rendimiento jugando con los sentidos, también el auditivo, con un constante ir y venir de canciones que, cuando querías darte cuenta, te descubrías cantando a coro con otros comensales. Ya sabéis, Ohana significa familia. 

Más información en https://www.secretoslola.com/copia-de-home-secretos-de-lola

Jesús Clemente Rubio